"Id,pues,vagabundos sin tregua,errad,funestos y malditos,a lo largo de los abismos y las playas,bajo el ojo cerrado de los paraísos".Paul Verlaine

sábado, 30 de noviembre de 2013

Bajo el paladar de tus gritos ( David Mariné )

Haz astillas la pianola que un día alguien te regaló y te frustró porque nunca aprendiste lo que es la música ni su ecuación de sonidos y silencios. Échala al fuego y calienta tus manos. El crepitar y la fascinación antigua por las llamas y las quemaduras son mucho más reales y urgentes que un puñado de melodías precocinadas por manos impostoras que nunca se jugaron las muñecas haciendo contrabando de miseria en tierra de hambrientos. Cómprate unos zapatos nuevos, busca el arrabal más abandonado de tu ciudad y salta sobre los viejos charcos de la podredumbre sin perder la sonrisa. Desgasta las suelas en el callejón nauseabundo aquel donde la oscuridad le ha dado una paliza a la luz y la prostituye a cambio de un puñado de versos. Siéntate en la silla de mimbre, junto a un desdentado viejo blusero,mientras afina la guitarra y aclara su garganta, escupe con brío y ríe. Mientras tanto, algún suspicaz espabilado te contará, al oído, que esa misma noche, un reputado embaucador interpreta a Liszt en el teatro del pueblo. Y que la gente vestirá con sombreros muy graciosos.
Para entonces, el fuego ya habrá devorado la pianola. El mordisco habrá llegado al hueso. La luz morirá despellejada por la sífilis. Tus zapatos se hicieron confidentes de las aceras donde nunca es domingo y la voz rota del viejo blusero te habrá empozoñado la sangre como la suave mordedura de una serpiente que oyes silbar pero no adivinas a ver...
Aceptas el trato. Riegas el compromiso con un trago de frío escocés con doble de sombra. Las calles son hermosas exhibiendo su brutal desnudez. La poesía es hermosa cuando se le baja los pantalones o la falda y se la acomete sin remilgos, sin la cicuta de los mercaderes...Como este grandísimo poema de David Mariné, a quien llamo hermano,contrabandista...



bajo el paladar de tus gritos

poeta:
agazápate en tu sombra,
en tu hambre,
en la revolución bolchevique de tu sangre.
 
escupe en tu propio suelo,
méate encima,
en la miseria de tus pantalones,
en la miseria de todas las veces que te alejaste,
en la miseria de todas las veces que te resististe a alejarte,
en la miseria de haber nacido hombre,
necio,
mentiroso,
egocéntrico,
pazguato,
tren de carga y noche,
inmundicia de corral,
encía,
combustión
bicarbonato.
 
- espacio publicitario:
 
hoy hacer la revolución
es no llamar a tu madre
esnifar cocaína en bandejas de plata
-transportadas por enanos-
y prender todos los barcos que tiemblan bajo el paladar de tus gritos.
 
bebe poeta
bebe y sigue triste
como tu oficio
como tus orgasmos
como tu familia
como mi triste oficio
como mis tristes orgasmos
como mi triste
 
 
sadomasoquismo
 
y luego cierra los puños,
cierra los ojos,
cierra el cuchillo,
cierra los pájaros,
sobretodo los pájaros,
los putos y cansinos pájaros,
y todos los árboles de este planeta,
y el mecánico que te cobró 130 euros por repararte el coche,
y la chica que no te ha mirado en el metro,
y la cirujana herida que siempre cierra en falso
en la noche de tus disparos.
 
y el poema
sobretodo el poema
cierra el poema
y túmbate en tu lecho áspero
-con la agonía sardónica y prostituida-
enciende un cigarrillo,
haz con las manos sombras chinescas que reflejen tu media lengua,
y échate a temblar,
como exclamación sordomuda 
o héroe ametrallado a bocajarro.
 
poeta,
grito,
borracho.
 
grandísimo hijo de perra
imposible de dominar.
 
David Mariné



http://intemperanciaverbal.blogspot.com.es/2013/11/bajo-el-paladar-de-tus-gritos.html 





miércoles, 13 de noviembre de 2013

Richard Hugo y Bryan Schutmaat


Atardece entre las matas y la piel oxidada de un moribundo pueblo del medio oeste estadounidense. La exigua población que sobrevivió a la debacle industrial de la minería consume el tedio de sus días en la barra de una cantina o al pie de la carretera, clavando su vista, abstraída, en el celaje que se desangra derramándose por los afilados picos de Rock Creek. El tiempo se detuvo y cayó dentro de alguna de aquellas heridas abiertas en la tierra. El tiempo se precipitó hasta atragantarse de tierra seca y hollín. No existe un naufragio más cruel que el de aquellos hombres que quedaron varados en tierra firme con los bolsillos llenos de itinerarios que no saben leer y deambulan, deambulan edificando un puñado de nada, allí donde, hasta los dioses más diminutos, renunciaron a vender sus espejimos más baratos.
El silencio se busca a sí mismo entre tanta desolación y la calma, tan insidiosa, solo es rota por el ruido que hace al caminar un muchacho de ciudad arrastrando un viejo equipo fotográfico.Una cámara analógica de gran formato -únicamente puedes atrapar algunos lugares si el equipo que utilizas es tan obsoleto como el ambiente-. Bryan Schutmaat (Houston,1983) parece sacado de uno de aquellos relatos de Sherwood Anderson donde los personajes, ahítos de inmovilidad, se lanzan a los caminos y atraviesan bosques pacientes, valles sepultados bajo los escombros de la luz y pueblos sin nombre y polvorientos que agonizan entre las fauces de una soledad enorme e inmisericorde.Y es allí donde se concentra el origen de la vida en toda su brutalidad parsimoniosa.
Fue el libro de un poeta - siempre hay un poeta que se interpone entre la realidad y tú -, que golpeó su vientre y le empujó a lanzarse a las poblaciones de Philipsburg y fotografiar, a modo de fotoensayo, todo aquello que encontrase en aquellos parajes baldíos.
El poemario era  "Degrees of Gray in Philipsburg" de un poeta casi inédito en español: Richard Hugo (1923–1982). El poeta se pregunta qué es la vida mientras observa una ciudad moribunda y escucha los sones que entona el infortunio en los ojos de los hombres que han respirado la muerte mineral de la tierra.
El poeta murió antes de que naciese el fotógrafo pero no así la historia, minúscula,de la tragedia que se enreda en los caminos de aquellos villorrios.
Un coche, una cámara, un libro de poemas y una retina clara y rugiente de poderosa voluntad, no hacía falta nada más para retratar la desolación de los hombres varados en pueblos mineros, la quemadura de la vida en las personas que parecen apagarse como se apaga el dolor en las salas de espera cuando el amanecer lame las ventanas.
Profundos ojos encanecidos que observan en el vacío la arquitectura de una tristeza que nadie más percibe.
Un hombre azulado, como su barba, que mira al objetivo sin apartar su mano nudosa de un vaso de cerveza en una barra vacía. Un Medio Oeste que arde en los mapas de América con un coche destartalado que se ha colado en una esquina del encuadre. Un anciano arropado,en su sillón, ojos inciertos y uno no sabe de qué clase de frío se intenta cubrir, si del urgente frío del atardecer o de un fatigado frío, altísimo, que nace de las propias entrañas. La serie de fotografías se extiende sobre un tapete de desolación. Seres deteriorados que parecen olvidados por el tiempo, como si ya no estuviesen pero permaneciesen cautivos en las desiertas imágenes de las cosas que miran. Rostros arrugados como camas deshechas. Miradas levemente osadas que se niegan a perder las cenizas de su orgullo...
"Grays the Mountain Sends" es como bautizó Bryan Schutmaat a toda esa serie de negativos que penetraron en la tierra lacerada y en los rostros de todos aquellos que perdieron la apuesta en una partida que siempre, a lo largo de la historia, ha estado trucada.



Puedes venir aquí en un capricho de domingo.
Digamos que tu vida se vino abajo. Que te dieron el último beso
hace años. Puedes caminar por estas calles
trazadas por un loco, pasar por los hoteles
que ya cerraron, los bares que también, el torturado intento
de los conductores locales por acelerar sus vidas.
Sólo las iglesias se mantienen. La cárcel
cumplió 70 este año. El único preso
sigue encerrado sin saber lo que ha hecho.
El negocio de subsistencia ahora
es la furia. El odio a los distintos grises
que la montaña envía, el odio a la fábrica,
la repelencia a las monedas, a las chicas más deseadas
que cada año se largan de Butte. Un buen
restaurante y algunos bares no pueden combatir el aburrimiento.
El boom de 1907, con ocho minas de plata en funcionamiento,
una pista de baile construida de la nada,
todos los recuerdos se pierden en la mirada,
en la verde panorámica de alimento para el ganado,
en las dos chimeneas sobre la ciudad,
los dos hornos muertos, el colapso de la enorme factoría
hace ya cincuenta años, pero no se derrumba.


¿No es esto la vida? ¿Ese antiguo beso
todavía quemándote los ojos? ¿No es esta la derrota
tan precisa: la campana de la iglesia parece
un anuncio de llamada al que nadie responde?
¿No suenan las casas vacías? ¿Es el magnesio
y el desdén suficiente para mentener en pie a una ciudad,
no sólo Philipsburg, sino ciudades
de rubias imponentes, buen jazz y todo el alcohol
del mundo, que no serás capas de beber
porque el pueblo del que vienes se muere en tu interior?




Niégate. El viejo, veinte años
cuando se construyó la cárcel, todavía se ríe
aunque sus labios se colapsen. Algún día, bien pronto, dice, voy a dormir y no despertar.
Le dices que no, pero estás hablando contigo mismo.
El coche que te trajo aquí todavía funciona.
El dinero con el pagaste la comida,
no importa dónde lo extraigan, es de plata
y la chica que sirve los platos es delgada y su pelo ilumina la pared como una luz roja.

 



Fotografias :  Bryan Schutmaat 
Poema : Richard Hugo

viernes, 1 de noviembre de 2013

(...)

Quisiera ser la sombra chinesca de tus manos para poder contarte la torpe historia de aquel reflejo que moría de sed, cada noche, en la pared de tu dormitorio. ¿A qué refugios luminosos huyen las sombras que, repentinas, descubren que no viven en los pies de nadie? ,que son tan libres como la sala vacía de un teatro solitario. No importa lo rápido que viaje tu mirada entre los pasillos de butacas. La oscuridad es una ventisca que te espera al final de todas las calles. El tiempo es un pulcro cobrador que te despoja de tus últimas monedas mientras te advierte de que no hay lugares inhóspitos. La función está lista para comenzar. Y yo, una noche más, me atraganto de arañas azules que mueren de día. 
Lejos de tu casa, tan lejos que inventé nombres para cada una de las puertas en las que golpeaba con sus nudillos la madrugada. Confundí el rodaje de la película y solo fui la sombra de un gato más que trepaba por las paredes de tu habitación.
 
Tu noche es una luz que nadie prende.